
Estos son los hechos, en su escueta y desconcertante desnudez. Pero,
como suele suceder con todas las historias, la gracia (la maldita
gracia, en este caso) está en las circunstancias, en los detalles y en
lo que, sin contarse, se deja entrever.
Las circunstancias son que Hyon Song-woi fue hace diez años la novia del supremo líder norcoreano,
Kim Yong-un, quien a la sazón no era aún supremo líder, sino hijo de su
papá el supremo líder anterior. Éste no vio con buenos ojos el noviazgo
y lo abortó, lo que llevó al matrimonio de Hyon con un soldado (se
desconoce de qué graduación) y de Kim con otra cantante de la misma
orquesta, Ri Soi-ju. Llegados a este punto uno experimenta la primera
punzada de perplejidad: para qué tanto empeño en impedir la relación del
chaval con una cantante si el resultado había de ser el matrimonio con
otra del mismo grupo. Y la perplejidad da paso al estupor cuando se
añade el detalle de que, según los rumores del lugar, Kim y Hyon, pese a
su doble enlace con otra gente, siguieron manteniendo su relación.
Los detalles, según refleja la prensa china con espeluznante
frialdad, comienzan con el procedimiento de ejecución: Hyon y sus
compañeros de orquesta y filmaciones cayeron abatidos por disparos de armas automáticas.
Continúan con el público asistente a la ceremonia: las familias de los
ejecutados. Y culminan con un epílogo digno de pasar a los anales de la
crueldad humana: el envío de los familiares, aún con el ametrallamiento
de los suyos reciente en la retina, a campos de concentración.
Aunque lo realmente jugoso es lo otro, lo que las informaciones no
cuentan pero la imaginación calenturienta de quien escucha la historia
no puede evitar representarse y rellenar. ¿Cómo debía de sentirse Hyon
en los momentos dulces, cuando disponía del inconmensurable privilegio
de ser objeto de los favores del hijo del supremo líder, poco menos que
un semidiós a ojos de sus compatriotas?
¿Cómo fue el tránsito de semejante distinción a la condición de
esposa de un militar de rango desconocido? Y si los rumores son ciertos,
¿cómo vivió la doble vida, la esquizofrenia de ser al
mismo tiempo la consorte de un don nadie y la reina secreta del lecho
del dueño de su país y de la vida, la hacienda y la mente de todos sus
compatriotas?
Y lo jugoso viene a partir de aquí. ¿Cuándo, cómo y por qué vio Kim los vídeos? ¿Qué fue lo que le vio hacer en la grabación a su ex novia o aún amante?
¿Por qué le llevó, lo que quiera que viera, a mandar ejecutar no a Hyon
y pongamos uno o dos de los miembros de la orquesta, sino nada menos
que a once?
Las respuestas a todas esas preguntas son necesariamente
perturbadoras y, si la historia es cierta, como su carácter delirante
parece sugerir (tratándose de quien se trata), viene a completar el
conocimiento de un lugar donde, según informaciones recientes, buena
parte de la población es adicta a la metanfetamina de fabricación
casera. Cuando el surrealismo es de tal calibre, y se encuentra tan
arraigado en el sistema, resulta hasta cierto punto comprensible que uno
decida unirse a él.
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